Esta publicación es mi particular visión de la película Joker desde un enfoque psicosocial. Al comentarla y reflexionar sobre su trama sociológica, resulta inevitable hacer algún spoiler sobre ella, por lo que dejo así zanjados disgustos de incautos lectores que deseen visionarla por primera vez y que deberán de dejar leer en este punto. Pero también digo que, si no estás muy convencida de verla, igual con mi post te surge curiosidad por verla. ¡Vamos allá!
En primer lugar, recomendar que la veas si aún no lo has hecho. Este film me ha fascinado por lo que cuenta y por la soberbia interpretación de Joaquin Phoenix. Pero, no es perfecta; de hecho, hay ciertos clichés y etiquetas estigmatizantes que no quiero dejar de comentar.
Antes de nada, una crítica al genero cinematográfico de superhéroes
Jamás hubiera pensado que una película como Joker, con reminiscencias de los cómics de superhéroes, tuviera cabida en un blog como este dedicado a la intervención social. Quizás por mis propios prejuicios, acertadamente o no, siempre me ha parecido que las películas de superhéroes son un tipo de entretenimiento primario de bajísima calidad cinematográfica que abusa de efectos especiales, reproducen pobres guiones que muestran a seres con poderes basados en cualidades destructivas relacionadas con el ejercicio de diferentes tipos de violencias y que aparecen vestidos de forma generalmente bastante ridícula. No soy un hater marveliano, pero es que no me sale nada bueno de este género cinematográfico que me trae siempre un tufillo a valores yankees que simplifican la realidad, ofreciendo una sociedad que se reduce a la lucha del bien contra el mal, sin más, y en la que un salvador es el protector del sueño americano. Los superhéroes no tienen necesidades sociales porque son estupendos, siempre ganan, son guapísimos, tienen pasta y la gente los venera porque entre sus habituales ocupaciones está la de salvar el mundo constantemente de gentuza denominada «villanos». Y en eso, llega Joker, en principio, una precuela de Batman, pero cuyo tratamiento dista años luz del género de superhéroes.
Intervención Social y antihéroes
En la intervención social somos más de simpatizar con los villanos y los antihéroes porque sabemos que sus «poderes malignos» solo son una expresión de la profunda necesidad de afecto que reclaman y que su existencia viene dada por causas estructurales. El antihéroe es más de barrio, más locuelo, pobre, descarado e inadaptado: un loser. Por eso ahora Joker me cae fenomenal; le comprendo mejor que a Batman, quien ahora me parece un vulgar antidisturbio al servicio de un status quo injusto, un colaborador policial que se oculta tras una máscara para proteger sus privilegios, los del millonario Bruce Wayne.
Definitivamente, soy más de antihéroes. El primer antihéroe que me conquistó fue don Quijote, curiosamente, también presentado como una persona trastornada y soñadora que buscaba la felicidad ante una realidad para él insuficiente; y ahora soy de Joker por los mismos motivos.
Y la película Joker me gustó muchísimo porque en ella aparecen algunas cosas en las que mi mirada profesional se posó, con el sesgo que ello conlleva, y que quería compartir, para entretenimiento del amable lector que haya tenido a bien leer este post. Por ello quería, además de alabar la interpretación del protagonista y del giro dramático de un género de superhéroes que está más que agotado, comentar ciertos estereotipos, clichés y etiquetas estigmatizantes vinculados a la intervención social que aparecen en esta narración visual.
Clichés sobre «lo social» y el trastorno mental
Una vez más en la historia del cine estadounidense, la película muestra un personaje que interacciona con Arthur Fleck, el alter ego de Joker, que vuelve a ofrecer el manido cliché de «trabajadora social mujer negra» poco sensible a las necesidades sociales, racionadora de servicios, supervisora de conductas, valoradora de méritos, escatimadora de derechos, quemada por la sobrecarga de casos, generalmente malhumorada y siempre al servicio de una maquinaria tecnócrata y burócrata que sospecha del pobre y al que obliga a demostrar sistemáticamente sus carencias.
En Joker, la trabajadora social es presentada como una parte más del sistema corrupto de una ciudad sucia, plagada de ratas gigantes, llena de basura y con altas tasas de desempleo; esta trabajadora social estereotipada y de rictus inhumano, escurre el bulto ante un Arthur Fleck que se pregunta si la gente de esa ciudad ficticia en descomposición llamada Gotham está cada vez mas loca, insinuando que no solo es él el que se siente mal, sino que podría haber causas estructurales de una locura colectiva que parece asolar a una población que sufre y ejerce violencia. En lugar de concederle a Arthur una explicación estructural de sus dificultades de salud mental, esta NO trabajadora social interroga y hostiga a Arthur invadiendo su intimidad al exigirle que le muestre su diario personal. En fin, horrible cliché del Trabajo Social, una vez más. Huelga decir que en España los trabajadores sociales hacemos un Trabajo Social humanista de calidad y que nos gustaría otro tipo de proyección pública de nuestra profesión, pero, en fin, Joker es ficción.
Desgraciadamente, Joker vuelve a relacionar trastorno mental y violencia cuando está demostrado que la mayor parte de delitos violentos son cometidos por personas sin trastorno mental. Quizás lo único bueno de lo que puede inferirse alguna crítica positiva es que muestra que las únicas soluciones al trastorno mental en una ciudad distópica como Gotham son la institucionalización psiquiátrica y los psicofármacos y que, en un lugar más amable y saludable, podrían existir otros modelos de tratamiento de la salud mental más humanos, comunitarios y de apoyo mutuo. Pero a la película le sobran, al menos, tres escenas de profunda violencia, como no sea para mostrarnos que la violencia nos transforma a cualquier persona en monstruos. En cualquier caso, en el film, estas escenas violentas aparecen desafortunadamente vinculadas al desequilibrio mental del personaje, quedando la impresión, una vez más en el cine, de que las personas con trastorno mental son o pueden ser violentas, ahondando en el falso y dañino estigma social que recae sobre ellas.
Lo que si creo que Joker refleja muy bien es cómo una sociedad hostil causa un profundo sufrimiento individual, cuya máxima expresión artística en el film es una especie de risa inmotivada representada magistralmente por Joaquin Phoenix. Esta risa forzada y paradójica simboliza el terrible esfuerzo personal que intenta realizar Arthur Fleck por ser feliz. Quiere reir, pero esa alegría forzada que intenta sacar de su psique no tiene continuidad emocional y, a medio camino, esa risa se fractura, se rompe, se transforma en llanto y en lo que realmente es: una profunda desesperanza. Así somos los seres humanos, más frágiles y vulnerables de lo que nos gustaría reconocer y, especialmente en contextos desestructurados y disfuncionales, más tendentes a rompernos.
Algo más inquietante resulta ver cómo el personaje de Arthur Fleck se empodera y sale de su victimización a través del ejercicio de una violencia vengativa y justiciera que tiene una excelente acogida y aceptación social por el hartazgo de la opresión sistémica que existe sobre la población y que culmina con disturbios callejeros y con la insinuación de una revolución social. Sería un triste destino que tuviéramos que volvernos destructivos como única forma de empoderarnos. Otra razón más para evitar que nuestras comunidades se conviertan en sociedades del malestar.
Parecería, por tanto, a tenor de las matizaciones expuestas, que la película no me hubiera gustado. Nada más lejos de la realidad. No sé si le sobra violencia porque sin ella no hay drama, pero desde luego no era necesario mostrarla de forma tan explícita. O sí, para dejar de empatizar con lo que finalmente se convierte el Joker: un ser humano cruel que solo desea remunerar al prójimo con el daño que durante toda su vida él ha recibido de una sociedad enferma. Paradójicamente, haciendo el mal y sin buscarlo, Arthur Fleck, transformada ya su identidad en Joker, consigue politizar el sufrimiento de los oprimidos y que estos le aclamen, consiguiendo, así, lo que tanto tanto deseaba: el amor y la aceptación que nunca tuvo.
Si aún no has visto «Joker«, tienes que verla. Aquí abajo tienes el trailer:
Hola compañero! Gran artículo, muy interesante. Yo cuando vi la película también tuve la necesidad de escribir sobre ella (https://www.victornieto.es/razones-ver-joker-trabajo-social/). Tenemos como sociedad una gran responsabilidad para garantizar unos Servicios Sociales estables.
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Hola Víctor. Me alegra que te haya gustado el post. Yo también sentí la necesidad de escribir algo nada más verla en el cine porque, además de las alusiones al Trabajo Social, quería reflexionar sobre las condiciones sociales como determinantes de la salud mental. Ahora mismo leo tu articulo.
Gracias por comentar el post.
Un abrazo.
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Excelente artículo, comparto muchas cosas que escribiste.
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Gracias Christian. Disfruté visionando el film y escribiendo este post. Me gusta el cine que estimula la reflexión, aunque solo sea un ejercicio subjetivo sin más aspiraciones que la de compartirlas con más o menos acierto. Ver que a través de esto conectas con otras personas es estupendo. Gracias por comentar.
Un abrazo.
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